miércoles, 11 de marzo de 2015

Un día común y corriente

Andrea Toriz

Tote llegó a la escuela y saludó a todos los habitantes de su grupo escolar.
-Hola, Vera. Hola, Job. Hola, Canapé. Hola…
Prosiguió a saludar a los objetos de su alrededor.
-Hola, butaca. Hola, pizarrón. Hola, ventilador. Hola, hermosos calcetines de Chucho. Hola, árbol. Hol… (fue interrumpida sigilosamente). 
-Hola, Tote- dijo una voz quebradiza.
-Oh, ¿quién dijo eso?- preguntó, petrificada.
-Yo, el árbol del patio- respondió, sacudiendo sus ramas.
Tote se acercó discretamente y puso, suavemente, su oreja en el tronco del árbol.
-Puedo sentirte, pequeña niña. Rodea mi tronco con tus brazos, así podré sentirte mejor y nos hundiremos en una momentánea sensación de éxtasis.
Ella accedió.
-Solo quiero pedirte una cosa, esclava de mis deseos.
-Lo que sea, oh, querido árbol del patio. 
-Ya no quiero que me golpeen cuando juegan voleibol; lastiman mis ramas y mi corteza. Si  me concedes esto, como recompensa, te revelaré un secreto inmensamente impresionante.
Antes de que Tote pudiera aceptar la oferta; la maestra Tere entró al salón de clases.
-¡ 1, 2, 3, 4…! ¡segundo semestre!… ¡5, 6, 7!
-Me tengo que ir, pero cuando termine con ese asunto regresaré.
Cuando regresó; se acercó al árbol, lo rodeó con brazos y pegó sus oreja a la corteza.
Vera apareció en el patio y vio a la pequeña chica sentada en los escalones. Era preocupante; estaba con la mirada perdida y jalaba sus calcetas, nerviosamente, pero con ritmo suave.
-¿Tote? ¿Tote? ¿quieres una moneda de chocolate?… ¡hey, Tote! 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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